En el año 2020, el Club Internacional del Libro publicó la colección de narrativa «Historias de Seducción», que se compuso de cinco grandes obras maestras de la literatura universal: Rojo y negro (1831), de Stendhal, Don Juan Tenorio (1844), de José Zorilla, Pepita Jiménez (1874), de Juan Valera, La edad de la inocencia (1920), de Edith Wharton y El gran Gatsby (1925), de F. Scott Fitzgerald.
Publicada por primera vez por Scribner's en abril de 1925, El gran Gatsby (originalmente: The Great Gatsby) recibió críticas mixtas y su venta fue mala; en su primer año, el libro vendió solo 20.000 copias. Fitzgerald murió en 1940, creyéndose un fracaso y pensando que su obra estaba en el olvido. Sin embargo, la novela experimentó un renacimiento durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en una parte del plan de estudios de la escuela secundaria estadounidense y tuvo numerosas adaptaciones teatrales y cinematográficas en las siguientes décadas. Hoy en día, El gran Gatsby es ampliamente considerado por la crítica como un clásico de la literatura y un contendiente para el título de «gran novela estadounidense». En 1998, la junta editorial Modern Library la votó como mejor novela norteamericana del siglo XX y la segunda mejor novela en idioma inglés del mismo periodo.
Fitzgerald, inspirado por las fiestas a las que había asistido durante sus visitas a la costa norte de Long Island, comenzó a planear la novela en 1923 con el deseo de producir, en sus palabras, «algo nuevo, extraordinario, hermoso, simple, pero con un intrincado diseño». El progreso de Fitzgerald fue lento, al completar su primer proyecto después de un traslado a la Riviera francesa en 1924. Su editor, Maxwell Perkins, sintió que el libro era vago y convenció al autor de revisarlo durante el siguiente invierno. Fitzgerald fue ambivalente en varias ocasiones acerca del título del libro y consideraba una variedad de alternativas, incluyendo títulos que hacían referencia a Trimalción, personaje de la novela romana El Satiricón, escrita por Petronio en el siglo I.
En la historia de El gran Gatsby estamos en la era del Jazz, en los felices y cinematográficos años veinte, en Nueva York, tiempo de diversión y emoción, orquestas y tiroteos. El misterioso Gatsby vive en una fabulosa casa de Long Island, y a sus bailes acude «el mundo entero y su amante», cientos de criaturas a quienes no hace falta invitar, insectos alrededor de la luz del festín. La puerta está abierta, y la atracción más enigmática del espectáculo es el dueño de la casa, un millonario que quizá sea un asesino o un espía, sobrino del emperador de Alemania o primo del demonio, héroe de guerra al servicio de su país, los Estados Unidos de América, o simplemente un gánster, un muchacho sin nada que se convirtió en rico. Lo vemos con los ojos del narrador, Nick Carraway, que dice ser honrado y haber aprendido a no juzgar a nadie.
En el verano de 1922, buen año para la especulación financiera y la corrupción y los negocios que se confunden con el bandidismo, parece que solo hubo fiestas y reuniones para comer y beber, y que pocas veladas acabaron sin perturbación. Hay amantes que rompen con una llamada telefónica la paz de un matrimonio, y una nariz rota, y un coche que se hunde humorísticamente en la cuneta, y un homicidio involuntario, y un asesinato, pero la diversión recomienza siempre.
Francis Scott Fitzgerald decía que la vida es un asunto romántico y por eso seguramente logra maravillar con uno de los personajes más perdedores y al mismo tiempo más triunfadores y soñadores que ha dado la literatura. Jay Gatsby es el nuevo héroe del siglo XX, hecho a sí mismo sin demasiados escrúpulos. Es un fronterizo, un aventurero, pero también un romántico, alguien capaz de arriesgarse hasta las últimas consecuencias por ir detrás de un simple brillo. Y ese brillo es Daisy Buchanan, traslúcida como la ternura, bella como sus vestidos, su casa y su hijita, y tan aparentemente frágil como los diamantes. En medio del calor del verano derrama su mirada lánguida sobre un Gatsby que acaba de salir de las tinieblas con una deslumbrante mansión, buenos trajes, champán, coches, flores, con todo lo que hace juego con la risueña voz de Daisy «llena de dinero». Pero la distancia es abismal, una profunda herida, porque Daisy y su marido respiran un dinero tan antiguo como el fondo de los mares y no recién llegado como el de Gatsby, un héroe trágico que se va destruyendo conforme se acerca a su sueño: la reconquista de la mujer a la que dejó para irse a la guerra en Europa. Quiere cumplir su deseo más inaccesible: recuperar el pasado, el momento en que conquistó a Daisy Buchanan.
La antítesis del desarraigado Gatsby es Tom Buchanan, marido de Daisy. Posee una identidad de hierro, sin discusión, ciudadano de valores sólidos, que cree en la familia, la herencia, el patrimonio y la supremacía de la raza blanca. Tiene una capacidad descomunal para imponerse.
Y alrededor de los Buchanan se fraguará un desgraciado pentágono amoroso, quebrado y desigual, como la sociedad de la época, tan igualitaria en sus espectáculos y diversiones democráticas. La revista Liberty se negó a publicar por entregas El gran Gatsby, a la que consideró una inmoral historia de amantes y adúlteros.
Cuando terminó El gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald le escribió desde Europa a su editor: «He escrito la mejor novela de los Estados Unidos de América». Y, en efecto, es una obra maestra que fue celebrada en el momento de su aparición por autores como T. S. Eliot, Edith Wharton o Gertrude Stein. Y, posteriormente, por ejemplo, por Harold Bloom: «El gran Gatsby tiene pocos rivales como la gran novela americana del siglo XX».
AUTOR
Francis Scott Fitzgerald, miembro de la Generación Perdida de los años veinte, nació el 24 de septiembre de 1896 en Saint Paul, Minnesota. Estudió en la Universidad de Princeton, se alistó en el ejército durante la Primera Guerra Mundial y publicó su primera novela, A este lado del paraíso, en 1920. Ese mismo año se casó con Zelda Sayre, y durante la década siguiente la pareja repartió su tiempo entre Nueva York, París y la Riviera. Fitzgerald fue una voz literaria nueva de gran importancia, y entre sus obras maestras se cuentan sus relatos, El gran Gatsby y Suave es la noche. Mientras trabajaba en El último magnate, Fitzgerald murió el 21 de diciembre de 1940 de un ataque al corazón en Los Ángeles, California, donde sobrevivía trabajando como guionista de Hollywood y venciendo su adicción al alcohol. Tenía 44 años pero parecía un anciano. Con veinte años lo había tenido todo en sus manos pero ya no le quedaba nada excepto terribles deudas, una mujer loca y la convicción de que él y su proyecto literario había fracasado estrepitosamente. La suya es una de las biografías más tristes de la historia de la literatura, a la que brindó, sin tener tiempo para recoger sus frutos, algunas de sus páginas más brillantes. «Todo buen escritor nada por debajo del agua y aguanta la respiración», le escribió a su única hija, Frances Scott Fitzgerald . Por aquel entonces él ya sabía que se había desmoronado antes de tiempo, pero que tenía la obligación de seguir: «La prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y seguir conservando la capacidad de funcionar. Uno debería, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y, sin embargo, estar decidido a hacer que sean de otro modo», escribió en su testimonial El Crack-Up.
Fitzgerald simboliza como ningún otro escritor de la Generación Perdida el descalabro de la sociedad estadounidense de entreguerras, su profunda crisis de valores, su euforia inicial y su demolición final. Aquel joven estudiante de Princeton que solo lamentaba no ser mejor jugador de fútbol, reconoció que provenía de un tiempo ya caduco. Malgastó su talento y sus fuerzas intentado vencer a la implacable ofensiva del fracaso, convencido de que la felicidad había estado en sus manos pero la había dejado escapar sin remedio. La narrativa de Fitzgerald le ha granjeado su fama como uno de los escritores americanos más importantes y queridos del siglo XX.