Selecta colección de relatos de Francis Bret Harte, el «padre del Far West», quien se inspiró para escribir sus historias del Lejano Oeste norteamericano mientras vagaba por el país de la fiebre del oro, California, en las estribaciones de Sierra Nevada al oeste de la ciudad de Sacramento. Aunque Harte es poco leído ahora, en el siglo XIX él y Mark Twain (del que fue amigo y protector) fueron ambos autores muy populares. Harte, en particular, era conocido por sus historias de aventuras sobre colonos, misioneros, mineros, indios, tahúres, mujeres y otros coloridos (y también sobrenaturales) personajes del Far West, no solo de la época de la conquista estadounidense, sino de la virreinal novohispana anterior. En esta selecta colección de relatos hay ejemplos de ambas épocas. En El Monte del Diablo y otros relatos se recogen seis muestras de la narrativa breve de Francis Bret Harte. Las cuatro primeras son leyendas sobrenaturales de la California colonial de finales del siglo XVIII, es decir, de la California que formaba parte del Virreinato de Nueva España, cuando sus habitantes de estirpe española estaban «aislados de la familia de las naciones», sin que «la lucha que emancipaba a las colonias, sus hermanas al otro lado del continente» ejerciera «sobre ellos la menor sugestión»: «aquel glorioso estío indio de la historia de California […], aquel blando e indolente otoño del Imperio español, que pronto sería seguido por las invernales tormentas de la independencia de México y la reviviente primavera de la conquista americana». Todas ellas tratan de encuentros con el demonio o con espectrales piratas y del oro como motor de la historia. El quinto relato incluido es un cuento alegórico, que transcurre en un lugar y tiempo indeterminados, si bien podría situarse a principios del siglo XVI, en alguno de los territorios mediterráneos cedidos por la República de Venecia al Imperio otomano. Cierra el volumen una parodia del estilo y de la visión del mundo de James Fenimore Cooper, otro de los autores precursores del género Western, con novelas como El último mohicano (1826). En cuanto a Los proscritos de Poker Flat y otros relatos, son historias que destacan especialmente por su proyección posterior, ya que en ellos se propone un género, el relato del Far West o Western, que luego haría fortuna en el cine. En el relato que da título al volumen, «Los proscritos de Poker Flat», una historia pródiga en los truculentos dramas que asoman indefectiblemente en esos difíciles territorios del Lejano Oeste, se esbozan algunas fórmulas narrativas y un clima moral que parecen prefigurar el estilo de Ernest Hemingway. «La Suerte de Roaring Camp», ambientado en un campamento maderero, es un cuento sobre la ternura y el destino. «El Socio de Tennessee» y «Brown, de Calaveras» inauguran otra de las grandes tradiciones literarias norteamericanas: la serena exaltación épica de la amistad viril. «El poeta de Sierra Flat» es un relato complejo en que se alude a temas tan extraordinarios para la época de su redacción como la identidad sexual, la sensibilidad femenina y la solidaridad y el amor entre mujeres en un mundo hostil y brutal, marcado por la ignorancia y el atraso. Todas estas historias están relacionadas, sea por medio de personajes recurrentes, sea por medio de comunes geografías imaginarias en los días sin ley en California durante la era de la fiebre del oro que comenzó en 1849. Tal vez convenga tomarlas como fragmentos de una extensa novela, la inicial de una serie aún incompleta. Sumario: - Francis Bret Harte.
- El Monte del Diablo.
- La aventura del padre Vicentio.
- El ojo derecho del comandante.
- La Punta del Diablo.
- La ogresa de Silver Land.
- «Muck-a-Muck»
- Los proscritos de Poker Flat.
- La Suerte de Roaring Camp.
- El Socio de Tennessee.
- Brown, de Calaveras.
- El poeta de Sierra Flat.
Francis Bret Harte Introducción de Horacio Vázquez Rial El Monte del Diablo California, 1770. El padre José Antonio Haro, de la Compañía de Jesús, partió de la Misión de San Pablo dispuesto a explorar las tierras salvajes para nuevos trabajos de misionero. Le acompañaban un corpulento mulero llamado Ignacio y un indio converso como guía en los desiertos de sus hermanos infieles. Tras acampar en un desfiladero al caer la noche de su primera jornada de viaje, el Enemigo de las almas se apareció a Ignacio en forma espantosa… La aventura del padre Vicentio El padre Vicentio viajaba desde la Misión Dolores ―la construcción más antigua de la actual ciudad de San Francisco y el séptimo asentamiento religioso establecido en 1776 como parte de la cadena de misiones españolas de California―, cuando, en los pantanos inmediatos a la Misión Creek, una de las densas nieblas marineras peculiares de la localidad había empezado a amontonarse sobre las colinas arenosas y ya envolvía al sacerdote. Tratando de salvar un escarpado declive, el padre Vicentio y su mula terminaron rodando por tierra. Durante algunos minutos, el pobre hombre permaneció semiinconsciente, cuando una mano que irrespetuosamente le fue puesta en el cuello y una áspera sacudida le ayudaron a recobrar el conocimiento. Al ponerse dificultosamente en pie, el religioso se encontró cara a cara con un forastero que, visto oscuramente a través de la bruma, tenía un aspecto indeciblemente misterioso y nada tranquilizador. Una capa marinera ocultaba su figura y un chambergo escondía sus facciones, permitiendo solamente ver el brillo de sus ojos profundos. El forastero condujo al sacerdote a un espectral buque anclado cerca de la costa, para que absolviera a cierto corsario moribundo… El ojo derecho del comandante En las postrimerías del año 1797, en el cuerpo de guardia del presidio de la Misión de San Carlos, en California, el comandante Hermenegildo Salvatierra recibió la visita de un extraño forastero que dijo llamarse Peleg Scudder, patrón de la goleta «General Court», en viaje comercial a los mares del Sur procedente del puerto de Salem, Massachussetts. El sombrío marino pidió al comandante permanecer en la bahía de San Carlos, pues se veía obligado a ello a causa del mal tiempo. El comandante accedió y ofreció su hospitalidad al forastero, para que pasara la tormentosa noche en el fuerte. Lo que pasó aquella noche entre el comandante Salvatierra y su huésped no se conoce en detalle, pero lo cierto es que, a la mañana siguiente, el forastero y su barco habían desaparecido y el comandante, al mirarse al espejo, vio estupefacto que había recuperado el ojo derecho que fue destrozado veinte años antes por una mal intencionada flecha india. Poco a poco, un siniestro rumor se deslizó a través de la pequeña colonia. El ojo derecho del comandante, aunque milagroso, parecía ejercer un funesto efecto sobre quien lo observaba… La Punta del Diablo En la orilla septentrional de la bahía de San Francisco, en el punto en el que la Puerta de Oro se estrecha al entrar en el Pacífico, se alza un áspero promontorio que proporciona abrigo contra los continuos vientos a una bahía semicircular que hay hacia el Oriente. Cerca de esta bahía hay huellas de habitación primitiva en una desamparada cabaña y un corral abandonado que, según se dice, fueron construidos por un atrevido colono que, por alguna razón inexplicable, los abandonó poco después. El segundo morador desapareció un día misteriosamente y el tercero fue hallado un día muerto con un mapa de su invención en la mano. Desde entonces circularon vagos rumores de que una sobrenatural influencia había pesado sobre los moradores de la cabaña, y se contaban peregrinas historias acerca del diabólico nombre con que era conocido el promontorio. Creían algunos que lo frecuentaba el alma de uno de los marineros de sir Francis Drake que había abandonado su buque impulsado por ciertas historias contadas por los indios acerca de descubrimientos de áureos tesoros, y que había perecido de hambre sobre las rocas. Testigos contaban espantosos relatos sobre una cadavérica figura que deambulaba por el promontorio, sobre un barco espectral que se veía entre la bruma en la bahía… Una noche, un corredor de comercio de San Francisco, que navegaba solo en un bote, se había encontrado al anochecer envuelto en densa niebla marina y terminó encallando bajo la rocosa Punta del Diablo… La ogresa de Silver Land El oro y la plata son los objetos de este cuento alegórico, que transcurre en lugar y tiempo indeterminados, si bien podría situarse a principios del siglo XVI, en alguno de los territorios mediterráneos cedidos por la República de Venecia al Imperio otomano [los príncipes son musulmanes, la moneda de oro mencionada es el cequí...], aunque los personajes y lugares que se mencionan son ficticios. El relato se presenta como la «divertida historia del príncipe Badfellah y el príncipe Bulleboye», que eran los más sabios y más favorecidos ahijados de la terrible ogresa de Silver Land, que habitaba en las entrañas de una montaña lúgubre donde tenía la costumbre de encerrar a todos los desgraciados viajeros que se aventuraban dentro de su dominio. Esta ogresa se dedicaba a repartir credenciales de madrinazgo a príncipes y mercaderes, que les habilitaban a extraer grandes cantidades de oro y plata de su tesorería al fin de cada luna… «Muck-a-Muck» En este cuento se rebela Harte contra el solemne y mendaz relato de la historia que suele fundar las literaturas de ánimo patriótico. Se trata de una parodia del estilo y de la visión del mundo de James Fenimore Cooper, otro de los autores precursores del género Western, con novelas como El último mohicano (1826). Acontece en Donner Lake, uno de los lagos rodeados de pinares de las sierras de California, y es la historia de un ciego enamoramiento, el de Natty Bumpo, el célebre guardabosque de Donner Lake, y Genevra, la bella hija del juez Tompkins. Por un error de apreciación, Bumpo asesina de un tiro al jefe indio Muck-a-Muck, y el destino termina por cobrarse su venganza… Los proscritos de Poker Flat En el invierno de 1850, la comarca en que se enclavaba el campamento minero de Poker Flat acababa de sufrir la pérdida de algunos miles de dólares, dos valiosos caballos y un prominente ciudadano. Un comité clandestino había decidido limpiar el pueblo de elementos indeseables. Dos hombres fueron colgados y sus cadáveres pendían de las ramas de un sicomoro de la cañada y otras personas de dudosa conducta habían sido expulsadas, algunas de ellas damas. En tan inoportuno momento llegó a Poker Flat un tahúr profesional, John Oakhurst, sobre el que algunos miembros del comité insinuaron la necesidad de ahorcarlo, para escarmiento de los demás y como medio más seguro de recuperar las sumas que les había ganado. Finalmente se decidió que sería desterrado junto a los demás indeseables, y un grupo de hombres armados los acompañó hasta la cañada que constituía el último límite de Poker Flat. El grupo de proscritos, además de Oakhurst, lo componían una joven a la que se llamaba familiarmente «la Duquesa», otra a quien se conocía con el apodo de «Mamá Shipton», y el «Tío Billy», presunto ladrón de vetas de oro y borracho empedernido. Tras acampar en un agreste paraje en las montañas, se encontraron con un conocido de Oakhurst, Tom Simpson, un joven jugador conocido con el apodo de «el Inocente», que había huido del campamento Sandy Bar con Piney Woods, una joven camarera con la que pretendía casarse en Poker Flat. Acamparon todos juntos, cuando el aire del invierno se había tornado ya glacial y el cielo estaba cargado de nubes. Aquella noche, la nieve los dejó atrapados… La Suerte de Roaring Camp En Roaring Camp, la vida de sus rudos pobladores daría un vuelco el día en que la única mujer del campamento minero, llamada Cherokee Sal, tuvo un hijo. Cerca de cien hombres, uno o dos de ellos verdaderos fugitivos de la justicia, otros, delincuentes, y todos, sin excepción, audaces e irresponsables, se vieron de la noche a la mañana a cargo de una criatura recién nacida, pues la madre había fallecido en el parto... El Socio de Tennessee Los nombres de los pobladores del campamento maderero de Sandy Bar solían siempre ser apodos. Al llamado Tennessee se lo conocía como jugador y se sospechaba que era también ladrón. Vivía en Sandy Bar en casa de un amigo casado, al que se conocía como el Socio de Tennessee, hasta que se marchó con la esposa de este a vivir juntos a Marysville. El Socio de Tennessee aceptó la pérdida de su esposa con sus habituales parsimonia y estoicismo, pero lo que sorprendió grandemente a todos fue que un día regresara Tennessee de Marysville sin la esposa de su socio ―que se había marchado con otro hombre― y éste le saludara afectuosamente, estrechándole la mano con cordialidad. Quienes se habían reunido en la cañada para presenciar un duelo a balazos, se sintieron naturalmente defraudados. Un día, Tennessee confirmó su condición de delincuente cuando atracó a un forastero en el camino de Red Dog, siendo esta su última hazaña, pues Red Dog y Sandy Bar unieron sus fuerzas para dar caza al bandido… Brown, de Calaveras En la diligencia de Wingdam viajaban, entre otros pasajeros, el tahúr profesional Jack Hamlin y Kate, una bella dama que resultó ser la esposa del mejor amigo de Hamlin, un tal Brown, jugador empedernido de vida disipada de Calaveras, villorrio en el que también vivía Hamlin, hospedado en una habitación de la taberna Magnolia. Aunque la llegada de la señora de Brown hizo que al principio la vida de éste se estabilizase, que mejorase considerablemente su estado financiero y hasta que abandonase el hábito del juego y la bebida, pronto se hizo evidente que, a medida que se acrecentaban su prosperidad y su prestigio, decaía su estado físico y su desazón. Mientras la simpatía que irradiaba su mujer cobraba cada vez mayor popularidad, se acentuaban su propio desasosiego y su inquietud. Pese a ser el más mujeriego de los hombres, era absurdamente celoso. La señora Brown, desde su llegada, se había conducido como la inconsciente sacerdotisa de un culto mitológico, no mucho más enaltecedor, quizá, para su sexo, que el que caracterizaba a la anacrónica democracia griega. Brown lo presentía vagamente, pero su único confidente era Jack Hamlin, cuya pésima reputación obstaculizaba, como es natural, una profunda intimidad con la familia y cuyas visitas eran poco frecuentes… El poeta de Sierra Flat El editor de La Crónica de Sierra Flat se encontraba un día junto a la caja de tipos, componiendo el siguiente número del periódico, cuando se vio de pronto sorprendido por la irrupción de un pequeño manuscrito arrollado que, arrojado por la puerta abierta, había caído a sus pies. A pesar de acercarse a toda prisa al umbral y echar un vistazo al enmarañado sendero que conducía a la carretera, nada indicaba la presencia de su furtivo colaborador. Al examinar el manuscrito vio que estaba escrito en verso y su calidad era pésima. Dejó el pliego a un lado y, al hacerlo, creyó ver un rostro en la ventana. Salió con cierta indignación, y penetró en la circundante espesura, recorriéndola en todas direcciones, pero su búsqueda fue tan infructuosa como antes. El poeta, si es que se trataba de él, ya se había ido. Pasados unos días de este extraño episodio, Morgan McCorkle, conocido ciudadano de Angels y suscriptor de La Crónica, se presentó ante el editor con un desgarbado jovenzuelo, al que se refirió como «un poeta nato, ¡y el mayor imbécil que usted ha visto jamás!». El editor reconoció de inmediato el rostro que había visto hacía unos días en la ventana… AUTOR Francis Bret Harte encarnó con rara exactitud la idea americana del Destino manifiesto. Nacido en Albany, Nueva York, en 1839, perdió a su padre a edad temprana y hubo de trabajar desde los quince años. Establecido con su madre en California, fue sucesivamente mensajero, buscador de oro, minero, tipógrafo, maestro de escuela, periodista [llegó a dirigir el Overland Monthly], profesor de literatura y, por último, diplomático [tuvo el cargo de embajador], ocupación que le permitió gozar de la amistad de Charles Dickens y morir en Surrey, Inglaterra, a los sesenta y tres años. Fue amigo y protector de Mark Twain, habiendo ambos emigrado para buscar fortuna en el Oeste tras la Guerra de Secesión, testimoniando su experiencia en relatos cortos y largos, y representando el verdadero inicio del género Western en el último tercio del siglo XIX, con sus diligencias, forajidos, pueblos mineros, saloones atestados, tahúres, ganaderos y vaqueros, sheriffs, chicas, pioneros, indios... Bret Harte alcanzó la fama gracias a un poemario, The Lost Galleon and other tales (1867), hoy completamente olvidado. La gloria póstuma, que pasa por ser la verdadera, puesto que no se deriva del poder ni de la seducción personal, la debe Harte a la prosa de sus dos más afamados relatos cortos, magníficas muestras del Realismo costumbrista con ciertas dosis de Romanticismo: «La Suerte de Roaring Camp» y «Los proscritos de Poker Flat». Aunque en ellos propuso un género, el relato del Far West o Western, que luego haría fortuna en el cine, su intento de pasar al relato largo se saldó con un fracaso, el de su novela Gabriel Conroy (1876). A causa de ello aceptó un cargo en Europa y salió de Estados Unidos para no regresar jamás.
COLECCIÓN «BIBLIOTECA DE EL SOL» El Sol fue un periódico fundado en 1990 por el destacado editor y mecenas cultural español Germán Sánchez Ruipérez (Peñaranda de Bracamonte, Salamanca, 1926—República Dominicana, 2012), a la sazón fundador y presidente del grupo editorial Anaya y de La Casa del Lector de Madrid. La publicación se inspiró en el diario El Sol, histórica cabecera madrileña fundada en 1917 y desaparecida con la Guerra Civil de 1936. Dirigido por el periodista José Antonio Martínez Soler (JAMS) y editado por Cecisa (Grupo Anaya), el nuevo periódico El Sol fue el primer diario español que contó con una redacción totalmente informatizada. En 1991, El Sol se convirtió también en el primer diario nacional con regalos promocionales, fomentando la lectura y la cultura con una colección de libros en formato económico, denominada Biblioteca de El Sol, editados, al igual que el periódico por Cecisa (Compañía Europea de Comunicación e Información, S.A.). Llegó hasta los 325 títulos, muchos de los cuales comienzan a ser muy buscados por coleccionistas de rarezas y curiosidades editoriales. Esta colección fue muy popular durante su lanzamiento y ha adquirido un considerable potencial de revalorización en el tiempo, no por razones de calidad técnica editorial sino de índole literaria, artística e histórica: la efímera existencia del periódico con el que se distribuyó y de la empresa editora Cecisa; el que detrás de esta iniciativa de fomento de la lectura se encuentre el empeño personal del reputado editor y mecenas cultural Germán Sánchez Ruipérez; la gran calidad literaria de las obras publicadas, tanto las clásicas y contemporáneas como los libros que se editaron exclusivamente para esta colección; el innovador formato de edición y promoción; la publicidad inserta en un faldón de portada y a toda página en contraportada; las ilustraciones de las portadas, con el característico diseño gráfico de Rodrigo Sánchez sobre el arte conceptual firmado por un amplio elenco de dibujantes e ilustradores nacionales: Luis Mesón, Ángel Uriarte, Carlos Arroyo, Humberto Blanco, José Carlos Cazaña, Ana Isabel González, José L.N. Salinas, Carmen Cano, Natalia Parejo, Sergio Señán, Carmen Trejo, Ricardo Salvador, Jesús Rica, Emma Navarro, C.C. Nieto, Miguel Gutiérrez, Carlos Requejo, José María Requejo e Ignacio Catalán. El periódico El Sol existió apenas durante dos años, cerrando en 1992 como consecuencia de las bajas ventas y su inestabilidad económica y directiva. |