Ricardo Molinari - La Escudilla - Emecé 1973 - Primera edición

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Muy buen estado, rústica original de esta bella obra de Molinari.

Primera edición, Emecé, 1973, rústica, tapa blanda con solapas. La viñeta de tapa es de José Bonomi, libro dedicado a la poeta Edelweis Serra. Esta primera edición consta de solo 800 ejemplares. Son 118 páginas con unas dimensiones de 21 x 13 cm.


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RICARDO MOLINARI: EL IMAGINARIO


Ricardo Eufemio Molinari (1898-1996), fue el poeta de la amplia llanura tapizada por el enorme cielo dispuesto al silencio, el cantor de nuestros ríos, de los atardeceres granadinos pincelados con nubes y pájaros, arrasados por los vientos del sudoeste. A este paisaje argentino lo pobló de luz metafísica, lo iluminó de historia y de tiempo, lo habitó con su voz personal y entrañable. Amó como pocos la naturaleza: en todos sus poemas hay algo siempre infinitamente nuestro, árboles, aves, pastos, caballadas, veranos, ríos "abrasados por el sol y la soledad sombría". En medio de nuestra poesía rica y diversa, su obra tiene la estatura de las cumbres más altas: es uno de esos cuatro o cinco nombres que sobreviven a través de todo un siglo, indemne a los cambios y a los juicios versátiles de las épocas.


Al contrario que muchos de sus contemporáneos, Molinari niega la fructuosa porosidad del arte de vanguardia, que él concibe como mero pasatiempo literario o distracción poética. Su lírica se dispone, pues, alrededor de tres vértices. En primer lugar, la efusión íntima ante el paisaje argentino. En segundo, la presencia de lo que Alonso Gamo define como «mundo de la madrugada», es decir, una experiencia límite entre el sueño y la vigilia en que el autor alcanza, a semejanza del místico, la revelación de algunas verdades ontológicas. Y, por último, la devoción por los clásicos y el gusto por la armonía de la lengua castellana.


Su obra, incesante y sostenida, fue imponiéndose gradualmente, sin apuros ni pausas. Influyó, sin duda, en muchos de los poetas que integraron la generación de 1940, pero no ha sido suficientemente reconocida por promociones posteriores, más atraídas por modelos europeos y norteamericanos. Es que, como decía Eduardo Mallea respecto de ciertos escritores, Molinari nació sin mito, ese mito que hace inexplicables muchos triunfos y que va aliado a extravagancias, psicopatías o accidentadas peripecias biográficas. Por otra parte, despreció el afán publicitario. De ahí que, pese a ser uno de los más altos poetas hispanoamericanos, no haya sido objeto, internacionalmente, de distinciones espectaculares, aunque su nombre ocupe siempre un lugar distintivo, en cualquier buena antología del continente.


Un sentido dramático de la existencia recorre buena parte de su obra. La sutileza de la palabra hallada, cierto ritmo sincopado extraído del cancionero hispano-lusitano y las grandes imágenes espaciales conviven en sus versos. A la métrica tradicional le infundió una cadencia propia; al verso libre lo explayó en largas e infinitas sugestiones.


Ricardo Molinari es un autor de quien pudiera decirse carece de biografía, no sólo porque apenas haya trascendido dato alguno de su existencia, sino porque su poesía parece brotar al margen de aquella, sin dejarse contaminar por el impúdico confesionalismo de algunos de sus compañeros generacionales y sin impregnarse de los trazos deshumanizados del arte de vanguardia.


Era un hombre acostumbrado a los espacios abiertos. Nacido en Villa Urquiza, por entonces un lugar poblado de quintas y vecinos trabajadores; desde allí la poesía de Molinari se acercó a las vanguardias que se debatían entre los célebres grupos de Florida y Boedo, para hacer más sorprendente el adjetivo y más afinadas las imágenes, antes que para aprender el ingenio y el estruendo.


Francisco Luis Bernárdez recuerda que en las terturlias con Leopoldo Marechal y Jorge Luis Borges, en los años veinte, aquel muchacho mudo y sonriente sufría cierta impaciencia al llegar determinada hora. Era la hora en que salía el último tranvía para Villa Urquiza. "¿Qué hacer de nuestras vidas, María del Pilar?", podía escribir por entonces en medio de versos delicados y engañosamente simples que hablaban de árboles y nubes.


Mantuvo siempre un bajo perfil que sin duda no lo benefició. Su figura de anti-héroe sumado a su estética melancólica no le impidió sin embargo llegar a tutearse con los grandes sin hacer alharaca.


Había nacido el 20 de marzo y quedó huérfano a los cinco años. Se crió con su abuela materna, Bartola Delgado de Molinari, uruguaya, en una antigua casa. Dejó sus estudios para dedicarse a la poesía; su formación la debe, por una parte, a los clásicos españoles (de ahí su predilección por el romance, las coplas, el soneto) y a la poesía francesa, en la cual erigió como maestro a Mallarmé, que insufló a su siempre luminosa expresión cierto arrevesamiento sintáctico, cierto gusto por palabras recónditas, poco usuales.


De joven integró el grupo generacional más destacado de nuestro siglo XX literario: el que se reunió en torno de la revista Martín Fierro, junto con Borges, Marechal, Girondo, Mastronardi, González Lanuza, Nalé Roxlo.



Publicaba en ediciones privadas un libro tras otro. Fueron tal vez setenta, hechos con el placer de lo artesanal. Así lo entendió la crítica cuando en 1975 aparecieron sus obras completas bajo el título Las sombras del pájaro tostado. En el agua fluida de ese largo poema se encuentran a veces algunas palabras sólidas, pero en general la lectura de Molinari deja la sensación de que no se leyó estrictamente nada -nada que pueda contarse, recordarse- y que se ha tenido una experiencia que impresionó en un lugar profundo.


"Vivo en mi mundo extraño,/ alegre y firme/ como un dormido." Recordado tardíamente como un tipo de cara oscura y pelo de algodón, de palabras que se veían en el aire seguidas de puntos suspensivos, pero de ojos negros analíticos, fue lo que la prensa descubrió cuando se enteró, en 1985, que en una clínica internado después de un accidente, intentaba reponerse el poeta al que muchos consideraban uno de los grandes de América, de la primera mitad del siglo, a la par de cualquiera que se mencione. El crítico inglés J. M. Cohen dijo que esos hombres eran cuatro: el chileno Pablo Neruda, el peruano César Vallejo, el mexicano Octavio Paz y Ricardo Molinari.



Al igual que Jorge Luis Borges tendería a la reflexión metapoética en detrimento de las contingencias de la moda literaria. Molinari poco dado al guiño displicente y al malditismo bohemio que aureolaba a sus coetáneos, frecuentaría los ejemplos del renacimiento español y del romanticismo francés e inglés, y desconfiaría «del culto absorbente de las novedades en el que se marcaban los anhelos de sus camaradas; la engañosa dinámica que confundió a tantos martinfierristas, empeñados después en la corrección de sus orígenes poéticos»


SAGAS

I

A veces presiento que mi ser ha sido una

lanilla suelta, una corta brisa remota, un

hombre solitario en una familia.

Con el verano venían mis tíos a saludarnos,

altos y serenos y asentaban sus manos grandes,

el silencio, sobre mi cabeza y me miraban como

a un montón de días desiertos y olvidados. Al

marcharse apretaban mi cuerpo con los suyos,

sombríos y en la mudez, y partían igual a la luz

por las dunas. Un día, siempre es un día la tarde.


II

Por octubre comenzaban a florecer los lirios

silvestres en el pantano, y los esperaba durante

las otras estaciones frías y lluviosas. Las pequeñas

flores que ninguno recogía me saturaban

de una sutilísima transparencia alegre de piadosa

reverencia satisfecha. Veía pasar los pájaros y

llevar las nubes, y mi sombra con las horas.

De noche todo lo pensaba, y entretenía: la claridad

de la luz de la luna espejada en mi cuerpo,

sin movimientos e intensamente lejano y extraviado.

Tanto demoré en volver, que no entiendo y alejo,

y encierro igual a una tormenta dorada

sobre las hoscas llanuras, con la noche, la arena

y los vientos silbadores y vagabundos.


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Da 18/09/2020
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