Demostraba en 1828 el egiptólogo Jean François Champollion que los jeroglíficos no eran sólo una decoración banal y pagana. Al descifrar la escritura del antiguo imperio el joven investigador fundaría una ciencia resucitaría una civilización y sobre todo haría renacer una sabiduría que pondría en jaque los más viejos dogmas cristianos.