Una novela llena de fuerza que habla de la ausencia, con una voz irónica y muy personal. El día que cumplí once años mataron a mi padre... la palabra asesinado se me metió en la cabeza igual que esas moscas tontas que entran en tu casa y no saben cómo salir. Mariela está a punto de soplar las velas de una tarta, cuando de repente oye un disparo. Y tras el disparo solo quedan el silencio de su madre, los comentarios vagos de la abuela y las preguntas de esa niña terca que se empeña en saber quién mató a su padre y por qué, mientras en el pueblo el recuerdo de la guerra civil aún ronda las calles. Mariela, esa señorita de vida flaca, esa mujer a medio hacer, entra en el mundo de los adultos mirando de reojo, escuchando detrás de las puertas cerradas, lamiendo piedras del río como si fueran caramelos, y con ella vamos descubriendo despacio los huecos de la vida y la fatiga de ir cumpliendo años en un mundo donde todo es un decir porque la verdad duele.