Ediciones Finisterre Editor Impresor. Colección Ecuador Oº O' O'', Revista de Poesía Universal. Director: Alejandro Finisterre. Prólogo de Francisco Monterde. Premio Olímpico de Poesía. XIX Olimpiada. México, 1968. Los premios olímpicos de poesía fueron convocados por la Comunidad Latinoamericana de Escritores y por Ecuador Oº O' O'', Revista de Poesía Universal, dirigida por Alejandro Finisterre. México, Enero de 1970. Poesía. Literatura en castellano. Encuadernación en Tapa Blanda de editorial Ilustrada en trasera con Solapas. Estado de Conservación: Excelente Estado el cuerpo e interior del libro en cuanto a su lectura y compostura. Muy Bien la cubierta. 17,5x17,3 cms. Sin paginar (93 páginas). La idea de este libro nació por la atracción que ejerce sobre mí el mito solar Huitzilopóchtli-Quetzalcóatl. Dioses a los que considero representaciones de un solo Sol. Huitzilopóchtli es, a opinión mía, la idea que los aztecas tenían del Sol de la mañana, el que debe luchar contra las tinieblas, atacando estrellas hasta apagarlas con su luz. Es el dios viril, primitivo salvaje, el guerrero alimentado por corazones humanos para mantener su energía cósmica. Pero ese mismo Dios-Sol, en el curso de una civilización, como en el curso de un día, se va refinando hasta convertirse en Quetzalcóatl (el dios de los toltecas) un dios más bien femenino al que se alimenta ya no con corazones, sino con mariposas. Es el Dios-Sol del crepúsculo quien antes que destruir prefiere devorarse a sí mismo. Se deja conducir a la región de los muertos como la semilla que se deja caer del árbol, no por autosacrificio, sino para abrirse en la tierra y germinar. Quetzalcóatl se hunde en el horizonte no para morir, sino para transformarse y reaparecer después naciendo del vientre de Coatlicue, otra vez como Huitzilopóchtli, el bárbaro, perenne combatiente de la noche. Huitzilopóchtli y Quetzalcóatl luchando entre sí y a la vez fundidos, convirtiéndose el uno en el otro alternativamente, vienen a ser la representación de los instintos de muerte y de vida propios de individuos y civilizaciones. Por lo que al continente se refiere, no soy purista de la rima y de la métrica. El lector atento lo adivinará pronto. Y si me tomo libertades en la interpretación mitológica ¡cuántas no me tomaré en la forma! Nunca me han complacido las cárceles y creo que a ellas son inherentes los intentos de fuga, aunque se frustren. Rechazar de vez en cuando la cesura, la diéreses, o bien la sinalefa y los acentos, que acechan en los puntos obligados, es un respiro de aire puro en medio de la prisión de reglas del soneto. En Tlamatinime (nombre con que se designa a poetas y filósofos, sabedores de códices), por ejemplo, quiebro la sinalefa, arrastro los acentos hacia sílabas indebidas, coso las orillas de la cesura o coloco en un solo verso una doble barricada de silencio. En algunos casos no fue la búsqueda de un aliento de libertad lo que me hizo olvidar los dogmas rimáticos y métricos, sino la necesidad de elegir entre el respeto a la forma o al significado; porque hay momentos en que se plantea forzosamente la alternativa. A veces, opté por el primer sacrificio, cuando la alteración del significado era minúsculo; otras, por el segundo, cuando el respeto a la forma desvirtuaba totalmente el sentido. Por ejemplo, en el último verso de Tlamatinime, el endecasílabo correcto sería: ... el poema dice adiós al poeta, y perdura. La idea que se desprende de este verso es que el poema sobrevive al poeta. Mi idea, en cambio (sin tomar en cuenta la cesura), es que el poeta perdura a través del poema. Decidí entonces sacrificar la forma y dejar el verso de doce sílabas: ... el poema dice adiós al poeta y lo perdura.