Hermoso candelabro de ceramica de Muel años 40, curiosa su forma que recuerda los candelabros hebreos, tamaño 31cm altox 20cm diametro. Sobre la historia de la pieza: La loza de Muel o cerámica de Muel, población de la Comunidad Autónoma de Aragón situada a 27 km de Zaragoza, engloba la producción alfarera fabricada desde finales del siglo XIV hasta nuestros días. A la cabeza de la producción en la comarca de Campo de Cariñena, Muel, junto con Calatayud y Villafeliche, fue uno de los núcleos de cerámica mudéjar más importantes del Reino de Aragón y su fama quedó documentada ya en 1585 en el relato del arquero Henrique Cock, miembro del séquito de Felipe II, a su paso por Muel.
Su producción está dividida en dos etapas principales, la anterior y la posterior a la expulsión de los moriscos en el año 1610. Además de vajilla doméstica, religiosa, farmacéutica, sanitaria y funeraria (lápidas), Muel destacó por su azulejería, conservada en revestimientos, suelos y arquitectura de edificios religiosos y civiles.
La loza de Muel está presente en museos e instituciones culturales como el Museo Arqueológico Nacional (España), el Instituto Valencia de Don Juan, el Museo de Bellas Artes de Zaragoza y el Walters Art Museum.
A partir del siglo XVII, las influencias llegaron a Muel desde los vecinos focos catalanes y de Talavera de la Reina, localidad toledana de larga tradición locera, que había asimilado ya las modas orientales.
Aparecieron nuevos motivos decorativos como los escudos heráldicos y se aplicaron técnicas de influencia italiana como la de los «esponjados», de la que se conserva un interesante ejemplar en el Castillo de Monzón.
En este periodo comenzaron a fabricarse albarelos y piezas de carácter religioso como las pilas bautismales y las benditeras de estilo barroco en el siglo XVIII.
Con el siglo XVIII, entró en Muel la moda italiana a través de las lozas ilustradas de Alcora, centro cerámico con el que llegó a competir tímidamente. Dibujos de «estilo Bérain» o de la «pintura del ramito» invadieron la loza de Muel e incluso las pilas bautismales, como las de Pozuelo de Aragón, Luceni, Pleitas o Agón.
Con el paso al siglo XIX, Muel retomó tradiciones levantinas y generalizó el uso de tampones, trepas o plantillas (para nombres, flores, animales); así mismo se popularizó la costumbre de añadir las iniciales de los compradores en las piezas. También aumentó en ese periodo la producción funeraria con motivos e inscripciones piadosos.