Su estilo, material y funcionalidad tienen importantes valores estéticos, históricos y sentimentales para coleccionistas y fervientes religiosos. La figura de Cristo crucificado es detallada, destacando expresiones y pliegues del cuerpo con un estilo sobrio pero con cierta tridimensionalidad que resalta la excelencia en el trabajo en bronce. La cruz tiene un sistema de ensamblaje mediante tornillos, que permite desmontar una parte, probablemente para guardar reliquias o recuerdos al interior. Este diseño añade un valor funcional al objeto. Elementos ornamentales en los extremos de la cruz, como las pequeñas esferas, y grabados florales presentes en algunas partes de la superficie, aportan belleza y un toque de artesanía que puede asociarse a una producción cuidadosa y no industrializada. Este diseño refleja un centrado interés por la funcionalidad sin renunciar a la estética. En la tradición cristiana, estas piezas se utilizaban en hogares devotos, en celebraciones religiosas o como objetos de acompañamiento durante viajes. El uso del bronce y los detalles artesanales elevan el valor del crucifijo con respecto a materiales más comunes, como madera o hierro. El crucifijo está en buen estado estructural, sin fracturas y con un brillo propio del bronce. La tornillería desmontable está completa, lo que es un punto a favor, ya que muchos de estos artículos aparecen con piezas faltantes. La capacidad desmontable y la utilidad de almacenamiento añaden un aspecto funcional poco común que incrementa su singularidad y demanda en el mercado.