Hasta hace unas décadas las mariposas o lamparillas luminosas no faltaban en ninguna casa. Este antiguo sistema de alumbrado domestico, convivió y fue elegido por su economía y su luz más tenue para suplir a otros sistemas como los velones de cuatro torcidas o los quinques de petroleo. En 1909, el periódico La Correspondencia de España hablaba de esas mujeres chapadas a la antigua, que aún las utilizaban y que no se dejaban llevar por las nuevas lámparas eléctricas“ Decid a una mujer madrileña que es antihigíenico tener encendidas durante toda la noche una lamparilla en la misma habitación donde duerme un enfermo o una criatura y no os hará caso.”
Con la llegada de la luz eléctrica el uso de estas pequeñas candelillas fue quedando relegado la mayoría de las veces a cultos religiosos, como el de colocarlas delante de una imagen o un cuadro que se veneraba en la casa o acompañar las capillas que se recibían en las visitas domiciliarias. Las lamparillas también fueron utilizadas en las iglesias, al rezar o hacer una petición a una imagen se dejaban encendidas después de dejar un donativo. En los pueblos de la Alpujarra de Almería también fueron utilizadas en las Ermitas de las Ánimas Benditas. La costumbre cada vez más extendida de iluminar con bombillas los lampadarios de las iglesias ha hecho decrecer la producción de lamparillas.
Las mariposas se construyen con un redondelito de corcho colocado sobre máculas de imprenta (restos de los pliegos que se utilizan para ajustar las máquinas), antes eran casi siempre de baraja española. En el centro tienen un pábilo encerado, que se mantiene encendido mientras hay aceite.
Las más antiguas y de mejor calidad tenían una arandela de hojalata (la del centro de la imagen, de los años veinte) y las más actuales, de diseño, combinan cartón de colores con el logotipo de la empresa.