En una pequeña introducción diremos que la hojalatería ha sido un oficio de gran arraigo en nuestros pueblos, en un tiempo que no se conocían ni la producción industrial ni el uso de los materiales nuevos como el plástico. Hasta el último cuarto del siglo XX los productos de hojalata cumplían su función sirviendo como envases y recipientes, candiles, moldes de repostería, sartenes, embudos, faroles, tarros, cazuelas, jarros y cantarillos. Los hojalateros, con sus hornillos y estaño, recomponían y sellaban cacillos, palanganas, jarros, o convertían las latas de leche condensada en unos magníficos jarrillos para tomar café o vino incorporándoles una pequeña asa. Hoy quedan ya pocos operarios de este viejo hacer. En esta rama profesional los gitanos han participado muy activamente, siguiendo su vinculación secular del trabajo con metales y su vida nómada.