Leer Arraianos nos permite vislumbrar e imaginar un territorio, en las cuencas de Limia y Arnoia, frente a las sierras de Xurés y Laboreiro, desconocido para muchos; un mundo más allá, separado de todo, tanto de Galicia como de Portugal, habitado por pueblos diferentes y misteriosos que perciben la frontera administrativa como absurda, incapaces, sin embargo, de borrar la conexión histórica y cultural entre ambos lados de la línea. La recreación literaria de este espacio humano y geográfico adquiere perspectiva y profundidad en el recorrido de la ficción a través de diferentes épocas y momentos históricos: la rebelión romántica de la Diabelle Exclaustro contra la cesión del Couto Mixto a la Corona española a mediados del siglo XIX; la imposición ideal de las autoridades republicanas en Ourense a los insurgentes el 18 de julio de 1936; la violencia asesina de las bandas falangistas en los primeros años de la posguerra o la persecución y captura de militantes antifranquistas gallegos en los años sesenta. Al servicio de una relativa unidad temática, buscada en la referencia espacial común del conjunto, Méndez Ferrín emplea técnicas narrativas muy diversas —ritmos, puntos de vista, construcciones—, además de hacer uso intencionado de formas dialectales del gallego arraiano o incluso del portugués estándar. Un arraiano, de Vilanova dos Infantes, como no podía ser de otra manera, nos transporta a tierras de esclavos donde la gente mira con ojos desorbitados y vacíos. Personas con las que, por alguna razón, es necesario ser muy cauteloso.