Documentos Colectivos del Episcopado Español 1870-1974.

Documentos Colectivos del Episcopado Español 1870-1974. Edición completa, preparada por Jesus Iribarren. Presentación del cardenal, Vicente Enrique y Tarancón, Presidente de la Conferencia Episcopal Española. Tapa dura. Biblioteca de Autores Cristianos. Primera edición. 1974.
La figura del obispo está esencialmente enmarcada en un doble ámbito: el de la Iglesia universal, cuyas responsabilidades comparte con los demás obispos del mundo y en comunión y obediencia al Papa, y el de la Iglesia local o diócesis, en la que tiene una autoridad ordinaria como representante de Jesucristo.
Es lógico que su magisterio y su acción pastoral se produzca normalmente en ese doble campo: tomando parte en las deliberaciones del Colegio episcopal, que ha de actuar siempre con su Cabeza, el Romano Pontifice, y orientando y educando en la fe a los miembros de su diócesis, que le están especialmente encomendados. Existe un campo intermedio-el nacional—en el que hasta el concilio Vaticano II no estaba clara la función magisterial y pastoral del obispo. Incluso en el tiempo de los «nacionalismos» cerrados se cernia siempre en el borizonte el fantasma de las «Iglesias nacionales». No es extraño que, eclesialmente, se tuviese un poco de alergia a lo nacional. Pero lo nacional es una realidad que no puede soslayarse. Cada pueblo tiene sus características especiales, fruto de sus vicisitudes históricas, que han de tenerse en cuenta para vivir cristianamente y para encauzar la acción pastoral. Por eso, aun antes de que en el concilio se diese carta de naturaleza a las CONFERENCIAS EPISCOPALES NACIONALES, ya los obispos de España, como los de otros paises, se vieron obligados a dirigirse conjuntamente al Pueblo de Dios y a dar orientaciones comunes para toda la nación.
En esta colección de documentos colectivos del Episcopado español que he de presentar como presidente de la Conferencia Episcopal, encontramos ya un documento del año 1870. Pero podemos apreciar claramente cómo han ido aumentando, a través de los tiempos, dichos documentos colectivos, hasta hacerse relativamente frecuentes, cuando la existencia de la Conferencia episcopal, por una parte, y las exigencias de los tiempos, por otra, los han ido reclamando. La unidad nacional, no sólo en el campo jurídico y politico, sino también en el de las ideologías y las costumbres, es cada día más fuerte. Incluso la influencia de las ideologías y costumbres del mundo es cada día mayor en nuestra sociedad nacional. Sin que se amengüe en nada la autoridad de cada obispo en su diócesis, se ve cada vez más necesario-me atrevería a decir que se ha hecho imprescindible-que existan unas orientaciones comunes y un plan de pastoral a escala nacional para que la Iglesia pueda cumplir eficazmente su misión en esta coyuntura histórica. Esta es la razón por la que ya antes del concilio surgieron en muchas naciones las Conferencias episcopales—en España existió la llamada Conferencia de Metropolitanos-que publicaban documentos colectivos, y por la que el concilio sancionó la existencia de las Conferencias con esa misión preferentemente pastoral. La conveniencia- y basta la necesidad de esos documentos colectivos es hoy reconocida por todos, , aunque el Derecho Canónico no ha delimitado todavía juridicamente las atribucio. nes y los límites de esa acción colectiva, es evidente que la sesta Sede les ha concedido a las Conferencias una verdadera autoridad en alguna vertiente de la pastoral la litúrgica, por ejemplo-y fomenta cada vez más ese intercambio de criterios y experiencias que se realiza a través de las reuniones de las
Conferencias. Los documentos colectivos del Episcopado ateniéndose, como es lógico, en su aprobación a las normas establecidas por la misma Santa Sede, y que constan en los Estatutos de cada Conferencia, que han de ser aprobados por el Papa-adquieren cada vez mayor importancia y, aun me atreveria a decir, un mayor valor.