Tahan, Malba: El hombre que calculaba

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Tahan, Malba: El hombre que calculaba, Barcelona, Ediciones Petronio, 1976, Tela editorial, 238 pág, 21x15

Lo que se enseña ha de ser divertido, emocionante, apasionante... sino no vale la pena aprenderlo. El espíritu lúdico ha de estar íntimamente ligado a todo trabajo, y el intelectual verdadero, como el verdadero investigador, se pasan la vida «jugando» a lo que les gusta. Toda postura pedante le quita al aprendizaje su carácter humano. Se puede ser divertido hablando de la matemática de los «quanta», como explicando Metafísica o exponiendo la bioquímica celular y la importancia de los cromosomas.

Eso es precisamente lo que el lector va a encontrar en «El hombre que calculaba»; una manera sencilla, divertida, humana, de entrar en contacto con el mágico mundo de los números.

La lección va a ser provechosa, no lo dudamos. Libros como éste deberían dedicarse a todas las materias del saber humano que, al parecer, sólo unos cuantos señores serios entienden. Nada menos cierto, ya que alguien dijo, y con cuánta razón: «Si no puedes enseñar lo que sabes, no sabes nada». Y hasta es posible que la frase sea mía, aunque es igual...

Saber enseñar es mucho más valioso que saber a secas, ya que sin comunicación no hay ciencia, ni civilización, ni nada.

En el caso de este libro, nos complace sinceramente augurar al lector que va a pasarlo bien,

y eso es lo verdaderamente importante, aunque pensamos que, cuando pase la última página, habrá adquirido algo verdaderamente maravilloso: amará las «El hombre que calculaba», matemáticas casi tanto como
Si hay algo con lo que la mayoría de nosotros tropezamos, obstáculo que parece obligado en la formación de muchos humanos, esa cortapisa es indudablemente las Matemáticas.

¿Por qué esta dificultad?

Para los adultos de hoy, la respuesta es obvia: la Matemática es como un lenguaje extranjero que los profesores, en general, explicasen con un pésimo acento. Es como si un hombre que jamás hubiera salido de la Península —a menos que fuera un genio, y de esos hay muy pocos—, se titulase, verbi gra-tia, profesor «nativo» de inglés, alemán o ruso.

Con las matemáticas nos ocurrió lo mismo: se empeñaron, como con otras tantas cosas, en enseñárnoslas «de memoria». Así de sencillo. Teoremas y demostraciones pasaban por la memoria como la lista de los reyes godos o las clases de insectos.

El libro que hoy cae en sus manos es, además de matemático, algo más importante: simpático. No hay que atusarse el bigote y adoptar aires de «científico» para enseñar matemáticas, ni para enseñar nada.

avatar titerote
Da 01/01/2002
Spagna (León)
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