En algún lugar entre los suburbios y el campo, donde sus padres crecieron, Jonas y sus amigos matan el tiempo. Fuman, juegan a las cartas, cultivan hierba en el jardín y, cuando salen, es para constatar lo que les aleja de los demás. En este universo a caballo entre dos mundos, donde todo parece destinado a la repetición de lo mismo, su feudo es el lenguaje, su uso y su acceso, ya sea llevado por Lahuiss cuando interpreta el Cándido de Voltaire y explica a los demás cómo hablar a las chicas para seducirlas, por Poto cuando rapea o invectiva a sus amigos, por Ixe y sus sublimes faltas de ortografía. Lo que está en juego es el ascenso progresivo de una poesía de la existencia en un mundo sin horizonte. A lo largo de esta novela escrita al cordel, se desprende una gravedad, una belleza que se extrae de lo trágico ordinario, a través de una voz nueva, la de su autor.