En un país cuyo nombre no se menciona, la muerte decide suspender su trabajo, y la gente deja de morir. Este evento, que al principio genera euforia, pronto se convierte en desesperación y caos. Si las personas no mueren, tampoco significa que el tiempo se detenga, lo que lleva a una vejez eterna. La sociedad busca maneras de forzar a la muerte a actuar, corrompiendo conciencias y generando conflictos entre el poder político, las mafias y las familias. Los ancianos se convierten en estorbos, hasta que la muerte decide regresar. José Saramago desarrolla una narrativa que reflexiona sobre la finitud de la existencia y la corta distancia entre lo efímero y lo eterno.