En esta segunda encíclica, Benedicto XVI reflexiona sobre el auténtico sentido de la esperanza en diálogo con la filosofía y el pensamiento moderno. Apoyándose en las Escrituras, define los lugares donde se puede aprender y ejercitar esta virtud: la oración, la acción, el sufrimiento y el Juicio. El Papa invita a todos los cristianos a practicar la esperanza, sin dejarse llevar por el pesimismo o la indiferencia, y a fundamentar su esperanza en Jesucristo resucitado, siguiendo el ejemplo de María, estrella de la esperanza.